Tuesday, December 6, 2011

Una carta (ensayo libre)

Martes, el 1º de noviembre

Queridos españoles,

Sé que no todos vosotros sois culpables de la atrocidad de las corridas de toros.  Pero a los que sí sois culpables, no debería llamaros “queridos”. 

Veréis: soy un toro.  Puedo decir que he tenido una buena vida.  Vivo en el campo fuera de Jaén, donde los ganaderos nos dan de comer, y tenemos mucho espacio libre para correr y estar con los otros toros.  Hace sol en Andalucía casi todo el año.  Sí, a veces hay peleas entre los toros pero vamos, somos animales grandes y fuertes - ¿qué os esperabais?

Os estaréis preguntando: si este toro tiene una vida tan buena, ¿por qué nos está escribiendo para quejarse de las corridas de toros?  Es que yo tengo un defecto en los cuernos y por eso me dejaron vivir.  Yo habría sido inútil en una corrida.  Ya tengo seis años, una vida larga para un toro de lidia.  Os escribo porque los otros en este campo donde vivo no tienen la misma suerte.  Desaparecen a los dos o tres años de edad, y nunca vuelven.  Durante mucho tiempo, pensé que quizás fueran a otra parte de esta tierra de la que son dueños nuestros ganaderos.  Sería razonable que no los volviera a ver porque con las vallas que hay por aquí, estamos limitados a nuestra propia parte de la tierra.  Me gustaba pensar que se los llevaban a otra parte de España o incluso a otros países.  ¡Toros viajeros!  La idea molaba, a decir la verdad. 

Pero un día, hace ya un año y medio, pasó algo que rompió para siempre todas mis ideas bonitas sobre lo que hacían los toros que se habían ido. 

Muy pocas veces en una corrida de toros, si el toro demuestra una bravura excepcional, el público pide que se deje vivir a ese toro.  Así pasó ese día de junio del 2010: vino un camión, se abrió lentamente, y salió uno de nuestros amigos…pero algo estaba mal.  No caminaba bien, y al acercarme a él, noté con horror que por toda la espalda tenía sangre que le salía de una gran herida.  Todos nosotros lo dejamos pasar en silencio, pero cuando por fin se sentó en la hierba, empezó a contarnos su historia. 

Me duele repetir los detalles, pero voy a resumirlos como los he entendido yo.  A este amigo nuestro le llevaron a Sevilla, donde lo metieron en un laberinto de vallas y pasillos.  Había otros animales – caballos, vacas – pero estos animales no le hablaban y se les veía un extraño temor en los ojos.  Allí esperó mucho tiempo.  Se cansaba, tenía hambre, quería volver a ver el sol.  Es justo el sol que vio un día cuando delante de él se abrió una cancela.  Salió corriendo.

Lo que le esperaba fue un edificio redondo del cual el suelo estaba cubierto de arena.  En la parte superior de este edificio había muchas personas, algunas gritando, algunas calladas.  De repente sonó la música de unas trompetas, y un hombre montado a caballo le hizo una señal.  Mi amigo fue corriendo hacia ellos, pensando que quizás averiguara lo que estaba pasando.  Cuando alcanzó el caballo, sintió un dolor tremendo en la espalda.  Se retiró, y vio una lanza en la mano del hombre.  Tiene que haber algún error, pensó, si yo no he hecho nada.  Se acercó otra vez, y le pasó igual.  Otro dolor inaguantable.

Entonces, confuso y herido, mi amigo empezó a embestir contra este caballo y este hombre que le hacían tanto daño.  A un cierto punto, se fue el caballo… ¡sólo para ser reemplazado por otro!  Pasó varias veces más, con unos hombres que le clavaban flechas con muchos colores en la espalda, y por fin salió un hombre con un tejido rojo.  Nuestro amigo ya no podía levantar bien la cabeza, tenía dificultad a correr y a respirar, sentía los riachuelos de sangre que le caían de la espalda y los hombros.  Sólo veía ese rojo, y sólo quería volver al campo con nosotros.  Embestía contra ese hombre una y otra vez, queriendo ponerle fin a este cruel ejercicio, pero cada vez el hombre evitaba sus cuernos.  Más se cansaba nuestro amigo, más se frustraba.

De repente el hombre se alejó entre un grito ensordecedor del público.  Con un gran esfuerzo, el toro levantó la cabeza y vio miles de banderitas blancas.  Un grupo de vacas entró a la arena y mi amigo les siguió.  Cuando volvió a estar consciente de dónde estaba, se encontraba delante nosotros.

Unas semanas después, mi amigo se murió.  De unas heridas tan graves no se recupera fácilmente.  Desde aquel día, una tristeza profunda permanecía entre los toros.  Ya no teníamos confianza en los ganaderos.  Nos lo llevamos lo mejor que pudimos, pero una pregunta siempre estaba presente: ¿Quién va a ser el próximo?

Yo sé que estoy a salvo.  Tengo suerte.  Al fin de mi vida, moriré en paz, sobre esta hierba por la que he caminado toda la vida.  Pero va a ser una vida amarga, viendo a mis amigos desaparecer a uno a uno. 

Por favor, españoles.  Ya es hora de acabar con esta crueldad.  Sé que a vosotros no os gustaría que esto pasara a vuestros amigos, o incluso a vuestros perritos que tenéis en casa.  ¿Pensáis que nos gusta a nosotros?  Los seres humanos decís que sois los seres más avanzados, pero os comportáis como los más primitivos.  Insistís en que respetáis a los toros, pero no se mata a uno que se respeta.  No somos peligrosos por naturaleza.  Nuestro instinto no es de matar a seres humanos.  Vosotros nos habéis convertido en algo feo, una bestia que se defiende con embestidas y cornadas hasta el último momento en esa temida plaza de toros.  Pero os hago una pregunta: confundidos, heridos, aterrorizados, ¿no haríais lo mismo?

Pensadlo, por favor.  Cuanto más pronto se acabe esta “tradición”, mejor es.

                                                                                                Atentamente,

                                                                                                Marco, un toro

1 comment:

  1. Tu ensayo es muy creativo! ¿Disfrutaste escribiendo del punto de visto de un toro? Parece un estilo muy convincente, porque sus lectores puede sentir empatía con los toros. Suena horroroso la experiencia de los toros-- después de oír su primera presentación y leer este ensayo, yo apoyo la disolución de la tauromaquia. Es triste y cruel, y ¿para que propósito?

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